La verdad es que ir a la Expo no se me había pasado por la cabeza. Fué mi madre la que tomó la iniciativa y decidió que nos encontraríamos en Zaragoza el puente del 25 de julio.
Llegué con curiosidad y optimismo pero me bastaron tres dias para darme cuenta de que, tanto su mensaje: “reflexionar sobre la situación mundial del agua”, como su supesta oferta cultural con sorprendentes contenidos expositivos, habían quedado reducidos a puestos de fast-food, tiendas de souvenirs y tenderetes hippies en los que no faltaban los tatuajes de henna.
En seguida me di cuenta de la pobreza de contenidos que allí había. Los visitantes iban como locos de pabellón en pabellón para que alguien les sellara el “Pasaporte de Fluvi”. No tenían tiempo de pararse a mirar las cartulinas explicativas ni la señalética impresa en folios.
Los países por su parte metían con calzador el tema del agua en sus exposiciones y no dudaban a la hora de usar audiovisuales propagandísticos o maquetas de plástico para mostrar cocodrilos y plantas carnívoras.
Para evitar las insolaciones se dejaban perder litros de agua en unos aspersores que disparaban ininterrumpidamente.
Por lo menos me queda el consuelo de que este desorbitado escenario no acabará abandonado y colonizado por yonkis, parece ser que será un parque empresarial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario